jueves, 10 de febrero de 2011

Bienvendido al mundo real. Sí, bienvendido...

A la hora de sentarme a escribir esto, estoy completamente agotado y bastante más cerca de la demencia de lo que creo que he estado nunca. ¿Qué cojones me pasa esta semana? ¿Por qué de pronto me siento inseguro? ¿Dónde está ese ratón que se creía Super Ratón y que estaba dispuesto a merendarse el año 2011 igual que había conseguido torear al 2010? ¿Qué es exactamente lo que me atormenta? ¿Está tan relacionado con eso de lo que hablaba ayer? A ver si al final lo del eterno retorno va a ser cierto. Maldita la hora en la que retomé a Nietzsche.

No olviden supervitaminarse, supermineralizarse y llevar medio pollo p'al camino...

Vengo de ver agujeros en los que meterme para poder abandonar la madriguera maternal. Cambiar la comodidad infinita por la libertad que me dará vivir en un sitio que pertenecerá al banco durante años, lo que realmente convierte esa libertad en una forma de exclavitud. A mis veinticinco años he decidido saltarme a la torera todo en lo que creía, despedirme de mi sueño de coger la mochila e irme a ver mundo sin importarme nada más, venderle mi alma al mismísimo demonio al banco y convertirme en una persona normal y corriente sin ambiciones ni aspiraciones. Y lo que me preocupa no es precisamente eso... lo que me preocupa es la falta total de estímulos para obligarme a cambiar el rumbo de todo esto. Me preocupa que no me preocupe haber soltado el timón. Me preocupa que no me preocupe convertirme en lo que nunca quise ser: una rata normal y corriente. Me preocupa haber dejado de soñar.
Y no os describo el resto de la escena ahora mismo porque es completamente siniestra. Sólo diré que acaba de estallar la bombilla y que algún vecino está escuchando música clásica a todo trapo. Muy siniestro, en serio.

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