miércoles, 18 de mayo de 2022

Ya es jueves.

 Escribo desde Las Palmas de Gran Canaria. He vuelto a fumar y las razones por las que me vine aquí son, de pronto, bastante difusas.

PASIÓN POR EL RUIDO. A más de dos mil kilómetros de todo lo que quiero. "Sal de tu zona de confort y conoce a gente nueva". Comedme los huevos por debajo del culo.

La tortilla se dio la vuelta y después se desparramó por toda la cocina. No entiendo muy bien qué está pasando. Me hago pequeñito cuando pienso en todos los errores y pienso que me puedo hacer grande si vuelvo a coser las costuras que me hicieron pequeño. Estamos entrando otra vez en un bucle muy parecido a todo aquello de lo que me quería escapar y ya no distingo cosas. Ella me hace sentir bien por un lado y me recuerda a por qué he vuelto a fumar por el otro. Retroalimentamos nuestras mierdas.
Pero hay más 'ellas'. Y, obviamente, ninguna me da bola.

Estoy en una isla. Literalmente, no es una metáfora. Escribo ahora mismo desde una isla. Y me siento pequeñito e inadaptado. Me muevo mejor en ambientes reducidos y con menos ruido, eso lo sabe mi gente mejor que nadie. Y echo de menos a mi gente, muchísimo.

He estado comiendo pomelo tres días seguidos (entre otras cosas, no me he vuelto 'pomelista' de pronto) y hoy me ha jodido un montón que no hubiese en el bufet del hotel. No me entiendo ni yo, de verdad.

Hay una especie de rave en el apartamento de en frente. He hecho un amago de ir pero la música era una mierda y, honestamente, no era mi rollo. Me vuelvo a la terraza a beberme una birra y a echarme otro piti. 'Están pasando cosas', pero creo que les pasan a otros con más habilidades sociales. Estoy fuerísima.

La vida sigue. A ver qué va pasando.

Meter la pata (lo del miércoles pasado)

Equivocarse es la especialidad de la casa. Muy por encima del trabajo o de hacer reír a las persona, meter la pata. Uno de los errores más comunes y flagrantes que cometemos aquellos que nos divorciamos pasada la treintena es creernos que todo vuelve al punto de partida. No sólo nos creemos que volvemos a tener veinte sino que pensamos que la gente de nuestro alrededor también. MEEEEEEC. EEEERROR. No es así. El resto del mundo ha evolucionado y es difícil de asumir. No toda la gente se ha vuelto de pronto irresponsable y egoísta y muchísimo menos van a entrar en tu juego sólo porque da lastima verte. Y, sí, esta semana volvió a pasar y me columpie. La especialidad de la casa, insisto. De pequeño me flipaban los encantadores de serpientes. Tocaban la flauta y de dentro de un canasto salía una cobra contoneándose al ritmo de la música. Es una especialidad que parece haber desaparecido, como los faquires que se acostaban sobre una cama de clavos o esos que caminaban descalzos sobre cristales. Sospecho que todas esas cosas tenían truco, pero al fin y al cabo el secreto del ilusionismo consiste en seguir creyendo. Me marcho de aquí para mes y medio y la verdad es que pretendía dejar todos los marrones que tengo bastante cerrados. Lo he hecho al revés. Dejo muchas cosas más abiertas, muchas otras mal cerradas y otras tantas sin resolver. Cojonudo. Ojalá cuando vuelva se hayan resuelto solas. No va a ser el caso, pero no me llames iluso porque tenga una ilusión. Hala, ciao. (Todo esto lo escribí con el móvil, desde el autobús volviendo a casa, la noche del once al doce de mayo de dos mil veintidós. Lo he cortado y pegado desde las notas del teléfono y no se han respetado ni la mquetación ni los signos de puntuación, pero así queda.)