lunes, 2 de junio de 2014

Pero estás tú.

Todo va mal, la verdad.
Qué coño, no nos engañemos, todo va francamente mal.
Pero estás tú. Apareces tú.
Aparecen tus abrazos y aparece tu sonrisa -tú, sonrisa- y todo, de pronto, es de colores.
Apareces tú para sostener mis lágrimas entre tus manos y, sin quererlo, existe el futuro.
Se me aparece el futuro.
A mí.
A mí. A mí se me aparece el futuro. Yo que soy muy del God Save the Queen de los Pistols. A mí se me aparece el futuro en tu sonrisa y en tus abrazos.
A mí que se me viene todo abajo. TODO. Todo. Pero estás tú.
Y te quiero. Qué coño... Te quiero mucho.
Me da miedo querer. Pero es que eres tú.
Y me da miedo querer.
Pero eres tú. Y te quiero.

El primer lunes.

Una de las cosas que más repetía mi abuela antes de que el maldito alzheimer la dejase sin recuerdos era que ella nunca, bajo ningún concepto, quería terminar en una residencia. Hoy pasará su primera noche en una.
Es el primer lunes que vivo con mis recién cumplidos veintinueve años y no recuerdo haber pasado por ninguno tan difícil en todo el tiempo anterior. Y no entiendo nada.
El alzheimer es una enfermedad horrible, no tanto para la persona que lo sufre -que, básicamente, no se entera de nada- como para los familiares más cercanos. Mi abuela ha llegado ya a ese punto en el que no nos conoce a ninguno, ni reconoce su casa, ni siquiera reconoce su propia historia, a ella misma. En cuestión de tres años la enfermedad ha cogido carrerilla y de pronto lo que eran ligeros despistes se ha convertido en un borrado total de su memoria, de su vitalidad y de su alegría. Vive en un estado continuo de miedo -a las ventanas abiertas, a los aparatos enchufados, a la calle, a su casa...- y desorientación en el tiempo y en el espacio. Vive en una realidad paralela compuesta de retales de unas telas que nunca fueron suyas, mal cosidos con hilos frágiles que se rompen siempre y que chocan frontalmente con todo lo que es, ciertamente, real. Hace mucho tiempo que la echo de menos, pero ahora más.
Lo peor de haberla ingresado es la mezcla entre el sentimiento de culpa y la sensación de que esto es lo mejor para ella y para nosotros. Está claro que ha llegado a un punto en el que necesita que alguien que sepa tratarla esté continuamente pendiente de ella, que nos estaba agotando a todos los de su alrededor física y mentalmente y que, sobre todo, estaba acabando con la vida de mi abuelo. Sin embargo, hoy ha sido la segunda vez en mi vida que he visto llorar a ese tótem familiar gigante que él representa. Y no una vez ni dos precisamente.
Tengo la sensación de que en una familia tan alegre como la mía hoy nos hemos marchitado todos un poco. Desde este lunes todo es un poco más gris, del mismo color gris que tiene la mirada de mi abuela cuando hace esfuerzos por saber de qué coño le suenan nuestras caras.
No estás ni a quince minutos andando de tu casa, no hace ni doce horas que te hemos llevado a la residencia, pero ya te echamos de menos yaya. Espero que disfrutes de tu nueva vida.
Te queremos mucho.