martes, 21 de junio de 2022

Más de cuarenta días en la isla.

 A tomar por culo todo lo que escribí en la entrada anterior. Es increíble cómo cambian las cosas en cuestión de días y las pocas, poquísimas, ganas que tengo de irme de aquí. 

Estoy conociendo a un montón de gente nueva muy interesante, me estoy reencontrando a mí mismo, he ido a un montón de fiestas con una música de mierda y he bailado hasta el amanecer. He bebido mucho, he reído hasta que me han dolido las mandíbulas, he tenido mil conversaciones la hostia de interesantes, he mejorado como profesional y como persona, he cocinado alguna cosa mínima para quedar bien, he ido a la playa, ha venido a verme mi familia, me he metido bolinga a la piscina, he probado frutas asombrosas, he jugado al póker, he robado un futbolín, he bebido los mejores margaritas de mi vida y otro sinfín de cosas que no vienen al caso pero que me están dando un revolcón mental importante.

Tengo la sensación de estar volviendo a ser yo: sociable, divertido, inagotable, abierto, sonriente... Y me aterra pensar en dónde carajo he estado todo este tiempo. Y hay una parte de mí que aún mira a Madrid y se siente mal, algo me lastra todavía, algo que aún duele y escuece un poco, como una herida mal cerrada sobre la que a veces me gusta echarme un poco de limón para que supure. Y es todo extrañísimo, de verdad.

Qué bien me lo estoy pasnado, joder. Con los demás y conmigo mismo.

No quiero volver. Me echaba de menos.

miércoles, 18 de mayo de 2022

Ya es jueves.

 Escribo desde Las Palmas de Gran Canaria. He vuelto a fumar y las razones por las que me vine aquí son, de pronto, bastante difusas.

PASIÓN POR EL RUIDO. A más de dos mil kilómetros de todo lo que quiero. "Sal de tu zona de confort y conoce a gente nueva". Comedme los huevos por debajo del culo.

La tortilla se dio la vuelta y después se desparramó por toda la cocina. No entiendo muy bien qué está pasando. Me hago pequeñito cuando pienso en todos los errores y pienso que me puedo hacer grande si vuelvo a coser las costuras que me hicieron pequeño. Estamos entrando otra vez en un bucle muy parecido a todo aquello de lo que me quería escapar y ya no distingo cosas. Ella me hace sentir bien por un lado y me recuerda a por qué he vuelto a fumar por el otro. Retroalimentamos nuestras mierdas.
Pero hay más 'ellas'. Y, obviamente, ninguna me da bola.

Estoy en una isla. Literalmente, no es una metáfora. Escribo ahora mismo desde una isla. Y me siento pequeñito e inadaptado. Me muevo mejor en ambientes reducidos y con menos ruido, eso lo sabe mi gente mejor que nadie. Y echo de menos a mi gente, muchísimo.

He estado comiendo pomelo tres días seguidos (entre otras cosas, no me he vuelto 'pomelista' de pronto) y hoy me ha jodido un montón que no hubiese en el bufet del hotel. No me entiendo ni yo, de verdad.

Hay una especie de rave en el apartamento de en frente. He hecho un amago de ir pero la música era una mierda y, honestamente, no era mi rollo. Me vuelvo a la terraza a beberme una birra y a echarme otro piti. 'Están pasando cosas', pero creo que les pasan a otros con más habilidades sociales. Estoy fuerísima.

La vida sigue. A ver qué va pasando.

Meter la pata (lo del miércoles pasado)

Equivocarse es la especialidad de la casa. Muy por encima del trabajo o de hacer reír a las persona, meter la pata. Uno de los errores más comunes y flagrantes que cometemos aquellos que nos divorciamos pasada la treintena es creernos que todo vuelve al punto de partida. No sólo nos creemos que volvemos a tener veinte sino que pensamos que la gente de nuestro alrededor también. MEEEEEEC. EEEERROR. No es así. El resto del mundo ha evolucionado y es difícil de asumir. No toda la gente se ha vuelto de pronto irresponsable y egoísta y muchísimo menos van a entrar en tu juego sólo porque da lastima verte. Y, sí, esta semana volvió a pasar y me columpie. La especialidad de la casa, insisto. De pequeño me flipaban los encantadores de serpientes. Tocaban la flauta y de dentro de un canasto salía una cobra contoneándose al ritmo de la música. Es una especialidad que parece haber desaparecido, como los faquires que se acostaban sobre una cama de clavos o esos que caminaban descalzos sobre cristales. Sospecho que todas esas cosas tenían truco, pero al fin y al cabo el secreto del ilusionismo consiste en seguir creyendo. Me marcho de aquí para mes y medio y la verdad es que pretendía dejar todos los marrones que tengo bastante cerrados. Lo he hecho al revés. Dejo muchas cosas más abiertas, muchas otras mal cerradas y otras tantas sin resolver. Cojonudo. Ojalá cuando vuelva se hayan resuelto solas. No va a ser el caso, pero no me llames iluso porque tenga una ilusión. Hala, ciao. (Todo esto lo escribí con el móvil, desde el autobús volviendo a casa, la noche del once al doce de mayo de dos mil veintidós. Lo he cortado y pegado desde las notas del teléfono y no se han respetado ni la mquetación ni los signos de puntuación, pero así queda.)

jueves, 17 de marzo de 2022

Socas que napas.

Llegué de currar hará como hora y media y estoy sentado en el sofá tan tranquilo esucchando música (¡escuchando CDs!) y echándome una birra mientras leo. Me ha costado mucho rato darme cuenta de lo anómalo de la situación y decidir venir a contarlo. Y estoy cómodo, además. Es una sensación extrañísima y disfrutona que me gusta.
Están pasando un montón de cosas. Llevo ya y voy a estar unos días haciendo ficción (yo que no quería volver a la ficción de ninguna manera...) y me lo estoy pasando en grande. La verdad es que sé perfectamente por qué le cogí manía a ese sector concreto de mi oficio y sé por qué lo estoy disfrutando ahora... Son dos situaciones anómalas para lo bueno y para lo malo, pero que dure la puta alegría, el mamoneo, el echarse unas risas con las compañeras de vestuario y el llegar a casa con los hombros reventados.
Por otra parte, dejo la librería. Por puro agotamiento y porque se me han escapado proyectos muy guays... Sin entrar en detalles... He sido muy feliz ahí dentro, he conocido a gente absolutamente guay y me voy con pena. Me ayudó un montón a sacar la cabeza de entre los escombros cuando todo estaba en ruinas y uno no olvida.
Mucho mamoneo, está habiendo muchísimo mamoneo estos días y aunque me pilla totalmente fuera de juego y muy desentrenado, la verdad es que son unas risas importantes. Nadie me da ni bola en realidad, pero yo me monto unas películas en la cabeza dignísimas de una serie de tres temporadas que se me han olvidado en cuanto me duermo. Y eso mola, porque hay una pureza totalmente absurda en esos ratitos.
La casa no se alquila, sigo sin un duro y las señales son confusas, pero en este preciso momento estoy arriba y me río un poco de todo.

El sábado con estos bromeé sobre mi necesidad de hacer fotos y documentarlo todo para cuando tenga alzheimer. En realidad no sé hasta qué punto lo decía en broma o en serio. Escribiendo esto tengo la misma sensación. Ahora mismo estoy bien y quier atrapar este puto instante. Cosas que pasan.

Seguimos.