viernes, 21 de enero de 2011

Pasa el tiempo.

Hace muchos años, cuando yo aún era un ratoncillo -lo cierto es que no hace tantos... pero entonces tenía bastante más pelo que ahora- me plantee ese dilema que a todos los hijos del proletariado nos llega más tarde o más temprano: ¿estudio o trabajo? Por aquel entonces andaba yo compaginando un trabajo temporal con el Bachillerato y la primera reacción fue la siguiente: "pierdo más tiempo estudiando que trabajando y lo primero no me lo pagan". Afortunadamente -repito: AFORTUNADAMENTE- entre mamá rata y mi tutor de la época me hicieron cambiar de idea.
Total: que la cosa siguió su curso normal. Llegué a la universidad, empecé una carrera y seguí compaginando estudiar y trabajar. ¡Y de pronto se obró el milagro! ¡Me hicieron indefinido! ¡INDEFINIDO! El pollón bendito, vaya. Un trabajo estable y la vida resuelta... ¡a mis veinte años! ¿Y en serio había gente preocupada? ¡No era tan difícil! Pero... vaya. Las necesidades. Existen las necesidades. Y total, yo por aquel entonces tenía una novia que era un auténtico PIBÓN y, oye, entre salir de currar para meterme en la facultad y salir de currar para estar con ella... Joder, la elección era demasiado evidente. Y al final dejé la carrera influenciado por esto y por otros mil o dos mil motivos -por ejemplo, que estudiar Historia no me estaba llenando todo lo que yo esperaba- y me metí de lleno en mi mundo laboral de libros, libros, libros y libros.
Menos de un año después estaba dejando ese trabajo con tal quemazón y tal indignación y tal sensación de estar siendo humillado que mi novia -la PIBÓN que he mencionado antes- se estaba comiendo el marrón de verme mal sin que yo quisiera confesar cual era el motivo de mi cabreo por pura vergüenza: haber tomado la decisión equivocada.
Ahora, a mis veintitantos, con mi edad y mi experiencia, me encuentro con que mi primo el pequeño ratoncillo -que no es tan pequeño porque ya se puede peinar los pelos de los huevos- quiere dejar el bachillerato y ponerse a currar. Y, sinceramente, después de intentar hablar con él y ver que no atiende a razones, a mí me dan ganas de darle las dos hostias más -y menos- pedagógicas de su vida.
Él me intenta poner como ejemplo, pero no está currando, está estudiando. Quiero decir... no va a dejar de estudiar para hacer otra cosa, va a dejar de estudiar para poder tocarse los cojones en su casa y culpar de todo a la crisis, al sistema o a la excusa que mejor le venga. Es más: a su edad yo ya había currado lo mío -de mozo, de camarero, de vendedor y de reponedor- y él no sabe ni lo que es... Y ahí está, tirando la toalla. Ya. Así de pronto.
Cuando veo estas cosas y me doy cuenta de que mi nula capacidad pedagógica se traduce en "te daba dos hostias que bien espabilabas" me dan ganas de irme a una clínica a esterilizarme. Y el resto de la reflexión me la guardo para mí y para mis consultas con la almohada.
Madre mía las generaciones que se nos vienen encima... ¡¿Y son los que tienen que pagar mi pensión?!
Que ganas de llorar...

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