Normalemtne no me preocupa en absoluto mi aspecto. Soy muy de darme una ducha rápida y ponerme lo primero que encuentre en el armario antes de salir de la alcantarilla. Sin más. Sin menos. Da igual que el plan sea irse a tomar unas cañas, bajarse al parque a echar unos litros o quedar con la típica rata buenorra; la rutina siempre es la misma: ducha, dientes y ropa al azar.
No obstante, de un tiempo a esta parte hay un día concreto que esta rutina se rompe: los días que toca ensayar. Por alguna razón que no acierto a comprender, ensayar se ha convertido en la excusa para ponerme mis mejores galas, afeitarme, llevar el pelo bien cortado o limpiarme las botas. Ensayar me mantiene con vida y me da muchísimas ganas de seguir adelante. Pase lo que pase, bueno o malo, el esayo es inevitable, inexcusable y, sobre todo, imprescindible.
Las tardes de ensayo son especiales. Son tardes sin siesta, en las que termino de comerme mi queso y ya estoy hiperactivo, imprimiendo las letras nuevas, repasando las grabaciones de otros días, llamando al resto de la banda para concretar hora y sitio, limando detalles, retocando canciones... Son tardes de no parar, de ducharse en el último momento y de emperifollarse mucho. Son tardes en las que el ensayo es lo único en el mundo y no hay nada más importante. Son las tardes de ensayo.
Dicho esto, me voy para el local. Si todo va bien el próximo 26 de Febrero estaremos debutando sobre un escenario.
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