domingo, 19 de diciembre de 2010

Maestros astilla y discípulos que son un leño.

Tal y como están las cosas no creo que a nadie le sorprenda saber que, a pesar de todo lo rata que soy, tengo un discípulo a mi cargo en el trabajo. Hablar de él en cuestiones no laborales supondría un duro estudio sobre zoología. Yo soy un ratón, él es un poco cerdo... Pero no quiero llegar ahí, sino al montón de cosas que se me pasan por la cabeza ahora que al pajarillo (vaya, hoy va de símiles con animales la cosa) vuela solo.
No soy un buen maestro porque me cuesta mucho ponerme en el papel del que enseña y no del que aprende. Me imagino que en el fondo no es más que una cuestión de no querer asumir la responsabilidad de enseñar, porque lo mío es más bien aprender como una esponja y, sobre todo, porque no considero que esté en condicones de darle a nadie lecciones sobre nada, ni siquiera sobre algo que me gusta tantísimo como mi trabajo. Aún así, a pesar de todo esto, es muy cierto que me crezco mucho cuando alguien pone interés y no me impota vaciarme y contar todo lo que sé -ojo, contar no es enseñar- muy alegremente. En este caso se juntaron el hambre con las ganas de comer: mi escasa capacidad de transmitir conocimientos con el nulo interés del becario en aprender.
La situación durante estos meses me ha resultado tan tensa como desesperante, y he pasado por todo tipo de estados mentales: frustración, indignación, ira... Al final me ha podido la dejadez, que era lo que más temía de todo. Traté de evitar esto con tantas ganas que le planteé la situación a una de las personas que fue mi antiguo maestro y me llovió la inevitable bronca porque, y eso es evidente, algo estaba yo haciendo mal si no conseguía motivarle como otros me motivaron a mí. Hice el esfuerzo, y terminé por rendirme. Un comportamiento indigno de una rata.

Splinter, maestro, haré que te sientas orgulloso de tu discípulo.

El día dos de Enero habrá becario o -si me estás escuchando ayúdame, Superman- becaria nueva. Y volveré a intentarlo. Es lo bueno de ser bipolar, que renuevo las ilusiones tan pronto como las he perdido. Y la verdad que estoy deseando ser, por una vez, un buen maestro y que la beca le sirva a alguien de algo tantísimo como me sirvió a mí en su momento. Y si lo que viene es un leño, habrá que moldearlo hasta que lo pulamos y lo convirtamos en un trozo de madera útil. En una silla, por ejemplo.

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