domingo, 14 de abril de 2013

Huelo mal.

Huelo a sudor, fritanga y tabaco. Hace no muchos años ni siquiera lo habría notado porque, supongo, era el olor habitual en mí. Hoy se me hace raro y dudo entre meter la ropa en la lavadora o meterla en un bidón y prenderle fuego. Me hago viejo. Envejezco orgulloso, todo sea dicho. No niego cierta nostalgia de tiempos mejores, cuando era más valiente y más inconsciente, pero me miro las canas en el espejo y pienso que al fin y al cabo tengo mucha historia que contar, puedo contar una historia que me gusta; me gusta lo que he vivido hasta ahora, qué cojones. Disfruto mirándome al espejo. Supongo que eso me convierte en un jodido ególatra y, qué hostias, habrá que admitirlo, pero me encanta verme canas y arrugas que antes no tenía y pensar que son señales de que sigo vivo. No llevo la vida que esperaba llevar y tampoco me conformo, ni mucho menos, pero hasta el momento sigo vivo para contarlo y ambas cosas (estar vivo y poder contarlo) ya son un lujo que no todo el mundo tiene. Me rodeo de buena gente e intento todos los días ser mejor persona. No siempre lo consigo, pero me gusta esto. Vivís bien los humanos...

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